Había una vez, en un antiguo monasterio perdido entre las brumosas colinas de Alemania, una monja de ferviente devoción y espíritu inquieto. Su nombre era hermana Adelina, y desde muy joven había sentido el llamado de la fe. Sin embargo, dentro de su corazón ardía una curiosidad insaciable por los misterios del mundo y las artes ocultas.
El monasterio donde residía, conocido como Sancta Maria Magdalena, era un lugar de estricta disciplina y oración, pero también de profundo conocimiento. Se decía que en sus sótanos se guardaban libros antiguos y prohibidos, reliquias de un tiempo en que la religión y la magia no estaban tan distanciadas.
Adelina pasaba sus días entre cánticos y rezos, pero sus noches eran de estudio y exploración. Con la ayuda de un viejo mapa que había encontrado escondido en un libro de salmos, descubrió la entrada a una biblioteca secreta bajo la capilla del monasterio. Allí, entre polvo y pergaminos, encontró lo que parecía ser un antiguo tratado sobre pactos y rituales de poder.

La monja sabía que estaba prohibido, pero la tentación de obtener el conocimiento y el poder que esos textos prometían era demasiado grande. Así, en la soledad de la noche, comenzó a estudiarlos, aprendiendo fórmulas y conjuros que ningún otro mortal se atrevería a pronunciar.
Con el paso del tiempo, Adelina se convirtió en una experta en estas artes prohibidas, y aunque su apariencia externa seguía siendo la de una monja devota, en su interior había forjado un pacto que cambiaría su destino para siempre.
Adelina se adentró cada vez más en los secretos de los textos prohibidos. Aprendió a trazar círculos de protección en el suelo, a invocar entidades ancestrales y a pronunciar palabras que resonaban en las profundidades del alma. Su piel se volvió más pálida, sus ojos más brillantes y su risa, cuando la tenía, se tornó siniestra.
Una noche, mientras la luna llena iluminaba la biblioteca secreta, Adelina encontró un pasaje que hablaba de un pacto con el mismísimo diablo. El precio era alto, pero el poder prometido era irresistible. La monja no dudó. En un rincón oscuro, trazó un círculo con tiza y pronunció las palabras que abrirían una puerta hacia lo desconocido.
El aire se volvió denso, y una figura apareció en el centro del círculo. Era un hombre alto, vestido de negro, con ojos ardientes y una sonrisa burlona. El diablo. Adelina no se arrodilló ni mostró temor. Había estudiado lo suficiente para saber que el miedo solo debilitaría su posición.
¿Qué deseas, hermana Adelina?
preguntó el diablo con voz melódica.
Poder
respondió ella sin titubear.
Poder para proteger a mi monasterio, para sanar a los enfermos y para conocer los secretos del universo.

El diablo se rió. Le ofreció un trato: a cambio de su alma, Adelina recibiría el conocimiento y el poder que anhelaba. Sin embargo, había una condición: debía llevar a cabo una tarea para él. Una tarea que involucraba la vida de un inocente.
Adelina vaciló. ¿Qué era más importante: su alma o el bienestar de su comunidad? Finalmente, aceptó el pacto. El diablo le entregó un pergamino con instrucciones detalladas y desapareció en una nube de humo.
La tarea era sencilla en apariencia: debía encontrar a un niño huérfano y entregarlo al diablo en la próxima luna llena. Adelina se sintió atrapada entre la lealtad a su fe y la sed de poder. Durante semanas, buscó al niño adecuado, pero su corazón se retorcía de angustia.
Finalmente, encontró al pequeño Hans, un niño de ojos tristes y cabello enmarañado. Adelina lo llevó al bosque en la noche de la luna llena. El diablo estaba allí, esperando. Pero cuando vio al niño, su sonrisa se desvaneció.
¿Por qué este niño?
preguntó el diablo.
No es un alma pura ni un sacrificio digno.
Adelina se arrodilló ante él.
No puedo entregar a un inocente. Mi alma es tuya, pero no la de él.
El diablo gruñó, pero finalmente aceptó. Adelina sintió cómo su piel se quemaba mientras él sellaba el pacto con un beso en su frente. El conocimiento y el poder fluyeron hacia ella, pero también la oscuridad. Desde entonces, la monja camina por el mundo, sanando y protegiendo, pero con un secreto que la atormenta.